El Museo Lázaro Galdiano de Madrid explora en una exposición las vinculaciones entre ambos genios. Dos legados que cuentan con un desigual reconocimiento institucional: Goya ha alcanzado un estatus que Buñuel todavía espera.
154 años y poco más de 90 kilómetros separan a Buñuel de Goya. Un paisanaje ilustre cuyas concomitancias todavía hoy sacuden nuestra historia del arte. Dos obras perturbadoras, subversivas e innovadoras que Max Aub, compañero de exilio de Buñuel, sintetizó a la perfección: «Los monstruos de Goya y los de Buñuel son monstruos hijos de la Iglesia y de la Burguesía, creciente en el primero, descompuesta ya en el segundo, pero uno y otro demuestran, sobre todo en su vejez, su falta de esperanza».
Aub: “Los monstruos de Goya y Buñuel son hijos de la Iglesia y de la Burguesía”
La exposición Goya y Buñuel. Los sueños de la razón (Museo Lázaro Galdiano) pone a dialogar ambos legados y los parecidos, como veremos, son más que razonables. Lo hace además evitando el consabido —y un tanto manido— tridente que también les define: aragoneses, sordos y afrancesados. “Queríamos ir más allá, situarnos por encima de esto e indagar en otras posibles conexiones”, explica Amparo Martínez, especialista en la obra de Buñuel que, junto a Jose Ignacio Calvo, versado en el pintor, han comisariado esta muestra que reúne unas 55 obras (lienzos, grabados, cartas, libros, fotogramas, guiones, audiovisuales), procedentes de museos como el Prado, el Reina Sofía, el Thyssen, Filmoteca Española y colecciones privadas.
Cabe decir que el botín ha sido cuantioso. El cotejo de ambos legados evidencia que estamos ante dos creadores con principios creativos y posicionamientos ideológicos equiparables. En primer lugar, la voracidad de su curiosidad. La misma que llevó a un Buñuel ya avezado —75 años cumplidos— a confesarle a su amigo Eduardo Ducay que lo que más le apetecía en la vida era colarse en un rodaje para ver cómo los jóvenes directores manejan la técnica.
Un afán por aprender, conocer y explorar que convierte a Goya en un ávido observador del mundo, nutriéndose del Barroco, de Velázquez y Rembrandt. En palabras de Calvo, “Goya se alimenta de la tradición del Barroco, pero también de las ideas de un renovado clasicismo, lo que no hace más que enriquecer su forma de plasmar lo que le rodea”.
La sombra del maestro
Buñuel estaba un tanto empachado de que se le mentara constantemente al genio de Fuendetodos. Según Jean-Claude Carrière, coguionista de Buñuel, éste «estaba cansado, harto, de las comparaciones con Goya, pero ahora es ya imposible citar a uno sin pensar en el otro. Allí donde esté, tarde o temprano, tendrá que resignarse».
Carrière: “Buñuel estaba harto de las comparaciones, pero es posible citar a uno sin pensar en el otro”
Con todo, que el hastío de Buñuel no eclipse el poso que el pintor dejó en su cine. Un encargo, fechado en 1926 y que finalmente no llegaría a buen puerto, dejó en el joven realizador una notable impronta. Hablamos de los actos conmemorativos del centenario de la muerte del pintor y de ese intento de película sobre la vida y milagros de Goya que, en principio, guionizaría el de Calanda. El proyecto se fue al traste pero la investigación de Buñuel reverberaría en su obra futura. Así, en la misma Viridiana, el cineasta imitó la puesta en escena de los Viejos comiendo sopa que el pintor había plasmado en sus Pinturas negras.
De forma sugerida o explícita Goya está presente en Buñuel desde su primera película, cuando versionó en los últimos planos de Un perro andaluz el duelo a garrotazos (Pinturas negras), en pleno periodo de entreguerras y a pocos años del inicio de la Guerra Civil española.
Incómodos y libres
Películas como Nazarín o Viridiana son, también, un claro ejemplo de esa voluntad por servirse de la subversión como vehículo de creación artística por parte de Buñuel. Algo que en Goya podemos ver en diversas series como son los Disparates o los Caprichos. Lo consiguen a través de seres grotescos y esperpénticos. Como explica el comisario Jose Ignacio Calvo, “los dos creadores alteran el orden lógico de las cosas, buscan captar las pulsiones de la naturaleza humana y, en ese sentido, se posicionan ante el mundo que contemplan”.
Martínez: “Cuando murió Buñuel casi nadie se enteró, su militancia comunista supuso un lastre a la hora de reivindicarle”
En el caso de Buñuel, explica el académico, esto lo consigue a través de “un acercamiento onírico a la realidad”. En Goya es la caricatura y los personajes deformes —diseminados en cientos de dibujos y grabados— los que le reportan esa libertad creativa que tanto ansía. “Estamos ante un artista muy moderno, y esto es algo que podemos percibir, por ejemplo, en cómo retrata la guerra; no lo hace como un simple reportero o narrador, sino que plasma el absurdo de la violencia y así la denuncia”, explica Calvo.
Estamos, en todo caso, ante dos estrategias que se complementan a la hora de aproximarse a lo que acontece desde una perspectiva crítica. Sus cuadros y películas resultan, todavía hoy, inquietantes y perturbadoras. Según Amparo Martínez, “no cabe duda de que eran creadores incómodos y críticos con su tiempo. Esto es algo que se puede ver claramente en sus respectivas obras, ellos nunca buscaron complacer a nadie”.
Dos legados cuya reivindicación por parte de las instituciones no cabe duda de que ha sido un tanto desigual. Si nos abstraemos del siglo y medio que les separa, lo cierto es que Goya ha alcanzado un estatus que Buñuel todavía espera. “Cuando murió Buñuel casi nadie se enteró, solo a partir de los 90 su figura comienza a resurgir. Sin duda su militancia comunista ha supuesto un lastre a la hora de poner en valor su importancia en nuestra historia”, zanja la comisaria.
(*pubblicato su Diario Público, público.es, Madrid, 20/12/2017, @jotalosa)
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