Publicado el 14 enero, 2017
Desde la Tercera Vía de Tony Blair y el desmantelamiento industrial de Felipe González, la diferencia entre la socialdemocracia y la derecha conservadora sólo depende de lo brava que se ponga la derecha. Cuando activa su chip neonazi, hasta Jesús Gil o el príncipe Harry podrían pasar por bolcheviques.
Ha sido tanta la cesión y tan cobarde la izquierda socialdemócrata, que se ha convertido en un lugar común decir “es que la derecha está tan bárbara que hay que ceder para que la cosa no vaya a peor”. No vamos a recordar momentos históricos que demuestran que a la bestia no se la frena cediéndole territorio. Sirve venir al presente, y ver los efectos con Trumo en Estados Unidos o en Francia con Fillon y Le Pen. Si juegas a parecerte a la derecha, la gente prefiere al original. Entonces, sólo te quedan los matices.
Si Podemos se pone a competir con el PSOE, no tendrá mucho más espacio que disputar matices. Y dejará de entender que puede ver mucho más lejos.
Porque también viene de lejos. Precisamente de cuando la socialdemocracia empezó a tirar la toalla al empezar el modelo neoliberal a triturar lo ganado después de la Segunda Guerra Mundial.
Podemos, aunque esté en un proceso de primarias, tiene que recuperar un discurso honesto y sincero. Sería hipócrita decir “venimos del 15M” o insistir en que quiere volver a los orígenes y, al tiempo, olvidar aquello que gritaban las calles de “PSOE y PP, la misma mierda es”, una frase repetida aquellos meses que no siempre hacía honor a la verdad pero que permitió que se abriese un nuevo espacio político. O una cosa o la otra. A no ser que queramos tratar como idiotas a los inscritos y votantes de Podemos. Y, auguro, no se van a dejar.
Podemos nació porque había un espacio sin representar, millones de españoles que se habían cansado de votar con la nariz tapada. No tiene mucho sentido pretender hoy convertir a Podemos en un remedo del PSOE. Por cierto ¿de qué PSOE? Evidentemente, no del de la cal viva, porque Podemos es un partido de orden y progreso y esas cosas no las hace. Que Antonio Machado emigró a Francia y murió allí con su familia, y Lorca falleció en Granada porque la gripe del 36 vino muy mala. Pobre Podemos que renunció a la memoria histórica porque podía quitarle votos. Entonces, si el objetivo es hacer guiños al PSOE ¿se va a dedicar Podemos a construirle una historia adecentada a Felipe González, Zapatero, Rubalcaba y a la Gestora?
Aún menos sentido tiene decir que no se quiere hablar del PSOE para, a continuación, decir que lo que tiene que hacer Podemos, en nombre de la institucionalidad, es ocupar el espacio del PSOE. Por ser más claro: del PSOE que, en su debacle, ha decidido llevar a sus votantes a un espacio de viejo orden que prefiere la injusticia al desorden. Es decir que, como ha dicho el Presidente de la gestora, un PSOE que no cuestiona, ni siquiera por los azares de la historia, la barbaridad de haberle regalado al PP el gobierno de la nación.
Podemos no puede ser un partido nostálgico. Porque es un instrumento para mejorar la vida de las mayorías, no para mejorar la biografía de sus fundadores. Tiene la obligación, que se marcó desde su nacimiento, de representar a las mayorías con voluntad de cambio. Sin etiquetas, sin carnets, sin mochilas, pero con voluntad de cambio. Da igual lo que hayas votado, pero votar a Podemos implica algunos compromisos. Para votar humo la gente tiene a Ciudadanos. Podemos necesita, de momento, tres millones más de votos. Claro. Pero no se trata de buscar a las mayorías sin más, diciendo “pueblo”, “patria”, “alegría”, y esperar que venga un genio escondido en una lámpara a regalarte los deseos. Esa mayoría de cambio hay que trabajarla.
Los que faltan tienen que estar dispuestos a transitar hacia espacios donde haya mayor luz democrática. Porque de lo contrario, no están. No interesa la mayoría silenciosa, sino la mayoría silenciada. A la que hay que dar voz. Demasiado aluvión interesado recibió ya Podemos en sus orígenes. La transversalidad no puede ser adaptarse a un cuerpo social estático, sino a ese cuerpo social que supo romper con la inercia del bipartidismo. Si la transversalidad no se convierte también en una herramienta pedagógica, es mero oportunismo (me aterra pensar que algunos jóvenes que han nacido al pensamiento en España en los últimos tres años no tengan herramientas intelectuales adecuadas, confundidos con la transversalidad hueca y con un discurso donde han desaparecido categorías clave para explicar el mundo). Y tiene sentido, porque esa transversalidad oportunista busca tratar a la gente, de la que desconfía, como menor de edad. Es lo que está corriendo hacia la derecha a todo el arco político francés. El miedo infantiliza. En los orígenes de Podemos, fue al revés: fue la gente, en las calles, en las plazas, la que le dijo a la política que estaba hasta las narices de que la trataran como menor de edad.
Una oposición útil es la que tiene detrás un pueblo útil. El pueblo indignado que ha obligado a un juez a reconocer la dación en pago, a Bruselas a prohibir las cláusulas suelo, al Parlamento a empezar a caminar para impedir la pobreza energética. Para Podemos, los sillones son circunstanciales, herramientas para mejorar la vida de la gente, no la vida propia. Ni el PSOE ni el PP ni Ciudadanos quieren calle. Sólo Parlamento. Por algo será. Los medios de comunicación quieren un Podemos que sea muleta del PSOE. Y van a celebrar cualquier Podemos domesticado o que pueda ser utilizado como cuña. También celebraron a Alberto Garzón hace un año como el gentleman de la izquierda verdadera. Pensaban que así debilitaban a Pablo Iglesias. Hoy, Garzón, con criterio propio ayer y hoy, vuelve a ser una diana de los mismos que le ensalzaron. Como le ocurrirá a cualquiera que desafíe realmente el bipartidismo. Si Pablo Iglesias regresara a la universidad, los ataques que sufre se traspasarían de manera idéntica y con la misma virulencia al sucesor o sucesora.
Podemos decidió saltar de la calle a los ayuntamientos y al Parlamento porque entendió que faltaba la palanca de las instituciones. Hoy sabemos que ningún cambio real va a tener lugar si no está la calle recordando la obligación de convertir las necesidades en derechos. No hay contradicción entre la calle y las instituciones. La única ruptura que amenaza es la de los grupos humanos que conforman Podemos. Lo que demanda el pueblo consciente, ese que protagonizó el 15M, el que impulsó el nacimiento de Podemos y le concedió cinco millones de votos, es la unidad. Diversidad y pluralismo, el objetivo. Unidad, el camino. Por fin Podemos va a empezar a hablar de política
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